jueves, 29 de agosto de 2019

El videoclub

El videoclub era un templo del amante del cine, del iniciado. Hoy en día, YouTube, Netflix, HBO,… y otras tantas plataformas nos sirven las infinitas posibilidades de viajar entre la gran oferta de serie y de películas. A golpe de clip, nos chupamos lo que sea o no, depende, lo sopesamos, juzgamos nuestro tiempo, interés y nos arriesgamos. Dejamos película a medias, las vemos por minutos. Igual que con las series. Este acto, sacrilegio cinéfilo, se ha vuelto nuestra constante. ¿La culpa? Quizás el tiempo, la tremenda oferta de plataformas y contenidos. Se nos ha mal educado la forma de visionar. Lo siento soy un pureta, pero también a veces peco. La única forma de la que suelo escapar a tal vandálico acto, es crearme mi propia programación. Atrás, quedaron los tiempos en el que ver una película videoclubsera tenía todo un ritual. En mi caso, era una agradable rutina. Los viernes tras salir del colegio y adelantar deberes de clase, cosa que solía terminar los domingos visionado de fondo la serie “Alf", paseaba hacia el videoclub. El camino era una gozada, saboreando unos “Dráculas" (caramelos), Barriletes o un Palote, llegaba a la puerta del videoclub. Las estanterías se levantaban ante mi como si se tratase de un bosque frondoso donde perderse. Pasaba minutos, e incluso a veces más de una hora, observando la cartelera, leyendo sinopsis de carátulas que tenían el propósito de atraparte para llevártela a casa. El videoclubsero era como el oráculo del “Imperio Cobra". Su sabiduría era envidiada, más allá de las puertas de Tannhäuser. El sábado volvía con mis padres. Se alquilaba una familiar, una para ellos y otra para el domingo por la mañana. Una pasada. Títulos de estreno, otros que jamás hubiésemos descubierto, gracias al videoclub. El tiempo pasó, y la oferta videoclubsera creció en años venideros. Ya con permiso de ciclomotor, realizaba un recorrido por los distintos videoclub de mi localidad. A veces alquilaba una, pero el placer de recorrer durante la tarde las diferentes estanterías de los locales descubriendo novedades o repasando las conocidas, era para mí un juego, un divertimento súper atractivo. Hoy en día, ha cambiado todo muchísimo. Puede ser más  cómodo, pero la magia antes de ver una película, soñar  con que el videoclubsero tuviese reservada tu peli, descubrir los nuevos estrenos, las ofertas,… no existe. Hace semanas, tuve la oportunidad de visitar uno de esos últimos videoclub en pie, Videoclub Ficciones en el barrio de la Latina en Madrid. Volví a sentir la magia del lugar. Pasear por los títulos, leer, descubrir, intercambiar impresiones con la encargada fue todo un placer. Mi mente, por unos instantes, voló a aquellos años, a las mañanas o las tardes, en las que atravesaba con un pellizco en el estómago, el umbral de un mundo especial donde crecieron mis ilusiones, mis fantasías y construyó momentos felices, siempre para recordar. Compartidos en familia, entre amigos o en soledad. Magia del cine en estado puro.


"Indiana Jones, en busca del arca perdida" de Steven Spielberg, 1981.

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