Uno de los fuertes recuerdos televisivos de mi infancia es la serie “El Santo" (1962 – 1969), pero muy en concreto aquel dibujo esquemático con aureola que acompañaba a la intro de la serie de televisión. Su personaje protagonista, Simon Templar, fue el primer contacto con uno de los intérpretes con más estilo y elegancia de la cinematografía moderna: Roger Moore, gentleman del celuloide.
La serie “El Santo" obtuvo un tremendo éxito internacional. Roger Moore ya poseía un recorrido teatral, televisivo y cinematográfico, pero fue a raíz de esta serie, la que comenzó a formar una imagen universal en el espectador de entonces y hacer que los productores de la incombustible franquicia de 007, empezasen a fijarse en él, como serio candidato tras Sean Connery expresar sus deseos de abandonar el servicio secreto británico.
Roger Moore era un actor de facciones atractivas, pero fue su carisma y forma de afrontar sus interpretaciones las que le hizo ser quien fue y es en la historia del cine. Pocos actores y actrices logran alcanzar el nivel interpretativo de Moore. Su secreto estriba en pertenecer a una de las tres clases de intérpretes que suelo clasificar. Están los que se les nota la interpretación, siendo solo interesantes en pantalla por su nombre ligado a cualquier tipo de género cinematográfico o actividad comercial; luego están los que siguen el famoso “método", yéndose a patrullar calles, dos meses antes de filmar, si es que tienen que hacer el papel de poli; y por último aquellos que asumen el rol como si se tratasen de ellos mismos, pero asumiendo la vida que los guionistas le ofrecen en el momento. Estos últimos, poseen una fuerte personalidad interpretativa, y el don de poder interpretar todo aquello que dentro de una lógica interpretativa, entra dentro de ser posible de interpretar: Cary Grant, Michael Caine, Angela Lansbury, Joan Crawford, Peter Ustinov, Jessica Lange, José Coronado,… y Roger Moore pertenecen a esta última clase. En sus series o películas podemos disfrutar de sus interpretaciones, distantes entre sí por algún tipo de gesto exclusivo. Esto a priori parece no tener el valor artístico de las otras dos clases expuestas, pero es sin duda la más difícil de afrontar, si no tienes un don natural.
Roger Moore hizo un recorrido extenso, creciendo como actor. Pocos saben de sus jóvenes inicios como ilustrador y dibujante en la industria, hasta que el destino, tras participar de “figurante" en la película de “Cesar y Cleopatra" (Gabriel Pascal, 1945), le hizo descubrir su gran vocación. Su bautizo de fuego lo tuvo junto a Elizabeth Taylor en “La última vez que vi París” de Richard Brooks, 1954. Poco a poco, se hizo un hueco en la industria, pero fue la televisión quien le daría más alegrías en los años 60 y 70: “Ivanhoe", “ El Santo", “Los Persuadores",…
Sin duda, su máxima cinematográfica es haber encarnado con un estilo muy especial a James Bond. Fueron siete películas, en las que Moore nos hizo disfrutar con un 007 irónico, seductor y juguetón. Sus películas ocuparon el umbral de los años 70 y parte de los 80. El James Bond de esos años, es un Bond alejado del escenario de la Guerra Fría. Se enfrentaba entonces a villanos millonarios con deseos de gobernar el mundo. De estas películas destacaba el puro entretenimiento, los sorprendentes “gaches" del agente, la interpretación de los villanos, la sorna de 007 (marca Moore),… aunque con la franquicia seguía fiel a pasearnos por las ubicaciones más bellas de este mundo y escenas de acción imposible.
De las siete películas Bond de Roger Moore, tengo especial cariño a “El hombre de la pistola de oro" (Guy Hamilton, 1974), destacando a Christopher Lee, interpretando al villano Scaramanga, sin olvidar a su temible mayordomo, encarnado por Herve Villechaize (recordando un poco a la “mala uva” de otro mayordomo de la serie Bond, el que fue interpretado por Harold Sakata en “Goldfinger“ de Guy Hamilton, 1964); “Mondraker" (Lewis Gilbert, 1979), con aventura espacial (aprovechando el tirón “Star Wars", Georges Lucas, 1977); la entretenida “Octopussy” (John Glen, 1983) y “Panorama para Matar" ( John Glen, 1985), una digna despedida del intérprete a la saga 007. La persecución por la Torre Eiffel, la pelea final sobre el puente Golden Gate (San Francisco, USA) contra el villano encarnado por Christopher Walken es de lo mejorcito de la época en este tipo de secuencias, si atendemos a las dificultades físicas y logísticas. Y la potente imagen inquietante de la actriz y artista, Grace Jone. Una de las mejores malvadas de la saga. El año anterior ya apareció junto a Arnold Schwarzenegger en “Conan, el destructor" (Richard Fleischer, 1984). No fueron muchas sus posteriores apariciones cinematográficas, pero dejó huella en el espectador de la época. Todavía recuerdo aquel anuncio que protagonizó de un coche en televisión por el año 1985. No sé si rugía más ella o el motor del coche.
Roger Moore tras retirarse de la interpretación de James Bond, tuvo alguna intervenciones en películas, pero su actividad actoral la rebajó por decisión propia, entregándose a las mieles del éxito de su profesión y a la realización de obras benéficas, y apoyo a la UNICEF con su imagen. Una imagen de serenidad y una gran dosis de ese ingrediente codiciado por muchos intérpretes, solo al alcance de los elegidos, la naturalidad.