De pequeño, era una gozada las películas en blanco y negro. Tuve la suerte de pertenecer a esa generación de los 70, que disfrutamos de ese maravilloso cine comercial de los 80, y a su vez, de una televisión donde entre otras propuestas cinéfilas, descubrías y disfrutabas de clásicos en blanco y negro. A algunos de aquellos programas como: “La Clave", “Cineclub en la 2”,… le debemos bastante. Nos descubrieron no otro cine, sino el cine. Por aquellos años, a mi particular colección de terror cinéfilo, añadieron una más. Quizás de las más inquietantes. No era un vampiro, ni un licántropo,… era un hombre, cuyo único sentimiento de vida se hallaba atrapado en su propio reflejo, convertido en pintura sobre lienzo. Han existido varias adaptaciones, pero ninguna con la fuerza visual de “El retrato de Dorian Grey" de Albert Lewin, 1945.
Cada vez que reviso esta obra maestra, me viene a la cabeza los geniales capítulos de “Historias para no dormir" (1966 – 1988, TVE) del maestro Narciso Ibáñez Serrador (Chicho). Por el hecho, de que este tipo de historias poseen un gran peso argumental basado en el desarrollo de los personajes. No se trata de tres frases y salgo por la puerta. Son textos y situaciones, muy alejados del cine que hoy en día (salvo excepciones). Con una gran fuerza interpretativa. Más, si la obra cinematográfica está basada en una novela de Óscar Wilde.
Óscar Wilde publicó la novela “El retrato de Dorian Grey” en 1890. Una obra que te hace reflexionar y debatir sobre la importancia del arte en la vida, donde el terror gótico se cierne sobre el lector, cuando nos adentramos en el laberinto decadente del narcisismo. Abriéndonos las puertas ante la crítica a la sociedad victoriana, donde la vanidad y el engreimiento, se aferran al tema de la eterna juventud, edulcorada con la falsa moralidad. Una obra, como se puede apreciar, atemporal.
Centrándonos en la versión cinematográfica, es quizás la mejor realizada hasta la fecha. Su director, Albert Lewin supo darle el valor al texto de Wilde, apoyándose en las interpretaciones de un magnífico reparto, del cual destaca no solo el protagonista Dorian Grey (Hurt Hatfield), sino en especial, Georges Sanders, interpretando a Lord Henry Wotton, un cínico que no vendería su alma al diablo, si por ejemplo, como dice en la película, tuviese que acostarse temprano,… entre otros privilegios que le hace disfrutar su acomodada vida.
Hurt Hatfield, como Grey, da una inquietante y pavorosa frialdad, que expresa en cada una de esas miradas fijas, que la lente de Lewin nos retrata para la eternidad. Una mirada siempre perdida en su “Yo”.
Ángela Lansbury interpreta a la desdichada Sibyl, cuyo idilio con Dorian le conducirá a un final trágico. Su naturalidad, su ritmo interpretativo es admirable. Encuentra su cénit en la secuencia que tiene lugar en casa de Dorian. Cuando este, aconsejado malévolamente por Wotton, le propone quedarse esa noche en casa. Mientras Dorian se encuentra en el salón al piano, ella se dirige lentamente hacia la puerta de salida, hasta que su amor verdadero e inocente, no es interpretado adecuadamente por Dorian, tras observar la sombra de ella asomar en el salón, bajo los dramáticos compases del compositor Herbert Stothar. Lansbury sigue hoy en día, sorprendiéndonos en los escenarios. Dedicada tanto al cine, al teatro, como a la televisión, recuerdo su intervención en “El candidato Manchú" (Frankenheimer, 1962); la mujer de Poncio Pilatos, Claudia Procula, en “La historia más grande jamás contada” (Georges Stevens, 1965),… y en especial en la serie de los 80, “Se ha escrito un crimen" (1984 – 1994).
La atmósfera victoriana de la película es una de mis preferidas. Con geniales cambios de escenario, conllevando a su vez las variantes de atmósfera determinada. La mayoría de las secuencias son filmadas en interiores, destacando la suntuosidad de la casas de alta sociedad, en especial la de Dorian Grey. Escenarios altos y muy adornados. Cuando nos trasladamos a los bajos fondos, a las tabernas,… la atmósfera se torna sombría, los escenarios son de poca altura, vacíos, sucios,… donde podemos presenciar más directamente la fotografía heredada del expresionismo alemán. La decadencia toma forma entre las sombras de la noche y los personajes que pululan las sombrías, húmedas y fantasmales calles de Londres. La fotografía de Harry Stradling es magnífica. Ganó un Óscar por este trabajo. Su fotografía es deudora de sus primeros años en Alemania. A parte de los distintos momentos de la película, el asesinato del pintor Basil a manos de Dorian, tiene un juego muy especial de luces. Cuando la lámpara que pende del techo es golpeada y se mueve brutalmente iluminando la cruel escena, me recuerda un poco a la secuencia del descubrimiento de la madre de Norman Bates por Lila en “Psicosis” de Alfred Hitchcok (1960), con un juego de luces muy parecido. Sin quitarle valor, al maestro Hitchcock. Por cierto, ambos trabajaron juntos a primeros de los años 40, destacando en “Sospecha" de 1941. Por último, apuntar la maravillosas profundidades de campo en casi todas las secuencias, y la iluminación aislada en determinados objetos o zonas del escenario, donde transcurren algunas secuencias.
Albert Lewin realizó muy pocas películas. En cada una de ellas dejó patente su estilo. Sus películas fueron escritas y visionadas por él mismo, teniendo el control absoluto del producto. “El retrato de Dorian Grey” de 1945, es una de las mejores adaptaciones de la novela de Wilde. Cinematográficamente podría haber recurrido a artificios visuales para incluso introducirnos en la extrañeza de ciertos acontecimientos, pero no lo hizo así. Tan solo recurrió a un ardid artístico, enseñar el retrato de Gray en color, cuando era admirado por su protagonista. Y situar, en encuadre determinado, en algunas ocasiones, la misteriosa figura egipcia con forma de gato.
“El retrato de Dorian Grey” es una de mis películas top para causarme inquietud. La mirada fría de un hombre, que perdida continuamente en su propia idoneidad, destroza sin piedad el mundo que lo circunda. Ausencia de humanidad. No hay secuencia, ni diálogo sobrante, un ejemplo de adaptación y de cómo hacer cine, logrando esa peligrosa balanza entre el entretenimiento y el arte.