En 1987 se estrenó una de esas películas que marcaban una época en el ámbito financiero. Recuerdo cuando la vi en el cine de verano. Los personajes me despertaron cierto temor. La inocencia de los 13 o 14 años de entonces me hicieron advertir que tras las luces de los grandes edificios de corporaciones empresariales y firmas financieras, grandes torres de cristal que se levantan como trofeos y faros de la codicia humana, existe una salvaje jungla. La película la visioné con mi familia, y tras verla, el bombardeo de preguntas a mi padre, empleado de banco, fue monumental. Aquello fue entre abrir una puerta hacia un mundo depredador, con la suerte de ser algo edulcorado por mis padres, hasta que fui asumiendo, en ese paso hacia la adolescencia, las realidades con las que nos iremos enfrentando en la vida. El culpable de aquel bautizó de fuego fue por entonces "l´enfant terrible" de Hollywood, Oliver Stone. Comparto con ustedes el recuerdo de "Wall Street" de Oliver Stone, 1987.
"Wall Street" tiene un ritmo frenético, a pesar de la jerga financiera donde uno se puede perder, tiene garra e interesa gracias a los personajes bien escritos e interpretados. La película tiene una estructura muy clásica en el desarrollo de la historia. Hagan conmigo una especie de ejercicio, y olvídense del envoltorio, o la atmósfera donde se desarrolla la historia: el mundo financiero, el de los ejecutivos, las corporaciones, los corredores de bolsa,... Una vez borrado ese telón de fondo, si nos quedamos con la estructura de los personajes, nos da la sensación de estar ante una narración clásica, en la búsqueda del héroe, como bien describiría el mitógrafo Joseph Campbell. El joven Bud Fox (Charlie Shen) y sus deseos de éxito en el mundo financiero le hará recorrer un camino de búsqueda, que al final se traduce en la búsqueda y encuentro de su propio "yo", sus principios.
Oliver Stone tras el éxito de "Platoon" (1986), no se durmió en las mieles del éxito y se puso manos a la obra con una historia que pretendía ser una especie de homenaje a su padre, agente de bolsa. Tras escribirla junto a Stanley Weiser, rodó una de las películas que dejaría testimonio de los frenéticos 80, en el enorme páramo de las finanzas.
Michael Douglas construyó un personaje icónico, Gordon Gekko. Uno disfruta viendo su interpretación. Por aquella época, Douglas ya tenía nombre propio, debido a su trabajo como productor (un gran olfato) y actor. Como intérprete había intervenido en series, películas,... e incluso había tenido papeles protagonistas, pero nunca había abordado un papel con el peso de Gekko. Su enorme trabajo fue recompensado por la aceptación de la crítica, sus compañeros de oficio (recibiendo el Óscar por su interpretación) y el gran público, donde a día de hoy muchos fans que trabajan en el sector de las finanzas, lo han tenido como inspiración. Charlie Sheen es nuestro fiel lazarillo por este mundo frenético, descubriéndonos sus luces y sombras. De modo anecdótico, el director le ofreció la posibilidad de elegir el intérprete de su padre en la ficción. Las propuestas fueron Jack Lemmon o Martin Sheen (su verdadero padre en la realidad). Se inclinó por su padre. Se pueden destacar sus secuencias conjuntas. Secuencias claves en el desarrollo del personaje de Bud Fox (Charlie Sheen). Ver a los dos cara a cara es una maravilla, empatizando con el espectador en situaciones que han podido vivir en sus vidas, en mayor o menor medida con sus propios padres.
Existe un personaje curioso en sus apariciones, siempre al lado de Bud, dándole consejos de peso, resumidos en una escueta frase. Una especie de Yoda en cubierto, Lou Manheimm (Hal Holbrook). Uno de esos intérpretes secundarios, que ya el simple hecho de designarle secundario me abochorna, y cuya aparición hace subir la película como si se tratase de un suflé en el horno. Una cara sinónimo de estar viendo algo bastante bueno. Y Daryl Hannah (Darien Taylor), como "la decoradora" que acompaña a Bud en su viaje al lado oscuro. Una actriz que tuvo su gran momento en los 80, y que lograba sacar partido a todas sus interpretaciones, por muy arquetipadas o simples que fuesen, demostrando su valía como actriz. Quizás ella, sea la que hoy en día, viendo la película, nos transmite con más fuerza ese estilo de vida donde se encuentra inmerso Bud, a través de sus trabajos decorativos, en especial en el apartamento. La frialdad y la ausencia de emociones verdaderas (salvo la ostentación) se materializan en cada rincón del mismo. Digamos que esa transformación decorativa es la misma transformación que va a ir sufriendo el personaje de Charlie Sheen, en su descenso a los infiernos de Wall Street.
Stewart Copeland, uno de los fundadores de “The Police”, compuso la música de la película. Un sonido muy alejado del sinfónico, recurriendo a elementos electrónicos. Pero, es la voz de Fran Sinatra quien abre los créditos de presentación, cantando “Fly Me To The Moon”, haciendo toda una declaración de intenciones: “Llévame volando hasta la Luna, déjame jugar entre las estrellas. Déjame ver…”.
“Wall Street” coincidió en su estreno con el año del famoso “lunes negro” (19 de octubre de 1987). De nuevo el castillo de naipes financiero, como otras tantas veces, se desplomó. La codicia de la que hablaba Gordon Dekko estalló, dando la casualidad de coincidir con la obra de Stone. Un testimonio fílmico inigualable.