Sonrisa de pícaro, cejas pobladas pero bien definidas, alto, atlético, con cierto porte robusto, sin perder ese aire de masculinidad de la época,… Ian Fleming al estilo del profesor Higgins en “My fair lady” (George Cukor – 1965), lo convirtió en un verdadero gentleman. Perdón, en el Gentleman. Y en el agente secreto más famoso de la historia del cine, 007.
Tras el fallecimiento de un actor o una actriz, solemos recordarlo/ a por sus películas más emblemáticas. Donde tuvieron más audiencia o lograron algún reconocimiento público. No obstante, aprovechando la figura de Sean Connery, recordaré como un actor o actriz, es en si, un cúmulo de experiencias que aprovechan para su siguiente interpretación. Por ello, considero que Connery, desde su emblemático James Bond, hasta el paso por personajes recordados por el gran público en “Los inmortales" (Russell Mulcahy – 1986), “El nombre de la rosa" (Jean-Jacques Annaud – 1986), “Los intocables de Elliot Ness" (Brian de Palma - 1987),… interpretó antes o después obras donde sus códigos interpretativos seguían evolucionando y creciendo constantemente como actor. Y nosotros, disfrutando de cada una de sus salidas en pantalla. No cabe discusión alguna de que Connery, habrá tenido películas más o menos taquilleras, pero su aparición en los créditos era una señal de calidad. Como las estrellas a un hotel.
Connery había sabido sobrevivir perfectamente a los atormentados años 70 de la historia del cine. Llegó los 80. Su gran década. Y es aquí, donde nos vamos a detener. La empezó cargando su rifle. El nuevo Gary Cooper de la gran pantalla, esta vez no en el alejado pueblo de Hadleyville (“Solo ante el peligro" de Fred Zinnemann, 1952), sino a millones de kilómetros de la Tierra. La trama de nuestra primera revisión se desarrolla en la tercera luna de Júpiter, “Atmósfera cero” de Peter Hyams, 1981.
Juntemos el aire de western de “Star Wars" de Georges Lucas (1977) y ese ambiente industrial, sucio, y de tipos duros de plataforma petrolífera de “Alien, el octavo pasajero" de Ridley Scott (1979). “Atmósfera cero” toma, de una y de otra, elementos para servirnos la versión espacial de “Solo ante el peligro". Un genial western del que hablaremos en otra ocasión.
El empaque de la producción es de los que disfrutamos ese cine de los 80. Detallismo al máximo, con oficio. Maquetas a gran escala, escenarios, trajes,… un diseño de producción bestial. Hoy, vista 39 años después, personalmente no le veo el paso del tiempo (perdonen mi entusiasmo). Claro está que hay que situarse en la época y tener ganas de disfrutar la peli. Sus efectos especiales artesanos son de tener muy en cuenta, en especial la técnica de “Introvisión", permitiendo a los intérpretes interactuar entre proyecciones. La primera vez que se utilizó fue en esta película.
La película transmite cierta atmósfera de inquietud. Ya no solo por la trama. Al igual que en “Tiburón" (Steven Spielberg, 1975), el medio (el océano) ayuda a crearla, incluso convirtiéndose en parte muy importante de la historia, en este caso el vacío, el espacio, la nulidad de atmósfera. Poco a poco, las investigaciones de O' Neil y la doctora Lazarus, las muertes y la tensión ante la llegada de la nave con los asesinos, junto a ese ambiente claustrofóbico, produce en la audiencia angustia. Angustia ante un posible desenlace. Pero O' Neil, promete gastar hasta el último cartucho e ideas para no acabar desilusionando al espectador. No le hace falta un sable láser, ni un lanza llamas al estilo Ripley (Sigourney Weaver en la saga de “Alien")… para mantener a raya esta estación espacial.