Tengo la suerte de haber vivido los 80 con la edad apropiada. Levantarse los sábados con “La bola de cristal" (RTVE, 1984), salir a jugar con las bicicletas, merendar un bocadillo de Tulipán,… y visitar el videoclub cada fin de semana, sintiendo un no sé que especial cuando llevabas la cinta que tantas ganas tenías de ver, y esa vez el “videoclubsero” (guardián de la puerta) te la había reservado. Estos pequeños detalles, que creíamos insignificantes, formaron y forman parte del engranaje de nuestras vidas corrientes, convirtiéndolas en únicas, irrepetibles y maravillosas. Y uno de esos momentos fue la tarde que alquilé “Posesión infernal" (Sam Raimi, 1981).
Era aficionado al misterio, al terror,… pero aquella película, por mi edad, era un desafío. Quizás fuese la primera película que llegó a mis oídos en forma de leyenda urbana. Hubo señales. El “videoclubsero” me la dio en una carcasa roja. ¿Coincidencia? Puede ser. Nunca me habían dado una carcasa roja. Aquello me inquietó. Al llegar a casa, el primer visionado fue una montaña rusa de sensaciones muy distantes, desde el susto y reparo a la risa tronchante. Recuerdo a mi hermano y a mí, parando la película y repitiendo las secuencias (todo un sacrilegio).
“Posesión infernal" tuvo un recorrido fílmico lleno de bendiciones. Pero lo obvio es que fueron ganadas a pulso por unos jóvenes que con el único deseo de hacer cine, armados con una cámara de 16mm y unos intérpretes amateurs, se introdujeron en el bosque para contarnos una historia de terror. Cada plano respira la pasión por hacer cine, una lucha entre la imaginación y las posibilidades reales de producción.
La película recoge el testigo de diferentes filmes, siendo quizás “El exorcista" (William Friedkin, 1973) el más referencial. Este metraje de posesiones, se nos hace más cercano y empatizable el tema, al ser sus protagonistas unos chicos y chicas como tantos otros. Una simple salida, de lo más natural, da lugar a una tremenda aventura inimaginable.
La aventura vivida por Ash (Bruce Cambell) y sus compañeros, marcarán una nueva forma de hacer el género. La manipulación de la óptica, los efectos visuales caseros, la efectividad de los efectos sonoros y la forma de utilizarlos (como si de un personaje más se tratasen), la imaginación y recursos del equipo, hicieron de aquello, una obra maestra del terror moderno. El guion es una excusa para que a medida que avanza el metraje, se convierta en reto su creación. Meses atrás, Raimi, con su último cortometraje (exitoso) “Within The Woods" (1978) bajo el brazo, consigue financiación privada, para junto su tropa, escaparse al bosque a filmar la locura. Está claro que el equipo no iba a ciegas. Otra cosa eran los medios. El personal era el mínimo de lo mínimo, y tú mientras sostienes el foco en este plano, maquillas en el siguiente. Así se afrontó un rodaje no falto de accidentes. Pero donde la película adquirió su fuerza fue en la sala de montaje. Raimi era muy consciente de ello y supo cocinar a fuego lento, un puchero que no solo homenajeaba algún clásico, sino que aportó muchísimo al género. El ritmo y las dosis perfectas de terror y humor negro fueron magistrales. A partir de su estreno y periplo por festivales del género, consiguió reacciones de la audiencia muy positivas. A ello, la opinión del maestro Stephen King, tras ver la película, afirmando ser la película de terror más original del año, disparó la obra hacia un lugar destacado en la historia del terror cinematográfico. Hoy en día está considerada por publicaciones especializadas y crítica, una de las veinte mejores películas de terror.
En VHS, el alquiler de la cinta fue un fenómeno e incluso su venta. Sin tener en cuenta, por entonces, todas las copias piratas producidas bajo el amparo de un control poco exhaustivo. La cámara subjetiva recorriendo el bosque, la vida de los poseídos con movimientos cercanos al guiñol, y las continuas huidas o enfrentamientos de Ash, frente a situaciones escabrosas, han dejado una marca reconocible, incluso en algunas producciones que han intentado simular su estilo.
“Posesión infernal" ha sido inspiración para muchos cineastas. Ha tenido varias secuelas: “Evil Dead II” (Sam Raimi, 1987), “El ejército de las tinieblas" (Sam Raimi, 1992), un remake (“The Evil Dead", Fede Álvarez – 2011), e incluso una serie producida en 2015, “Ash vs Evil Dead". Aquel grupo de universitarios de la Universidad de Michigan, alejados a miles de kilómetros de los estudios de Hollywood y su política comercial, no fueron el Spielberg tímido que se hacía pasar en su juventud por un trabajador de un estudio para entrar y aprender observando; ni un Martín Scorsese montado a finales de los 60 y primeros de los 70 en una nueva ola de cineastas de la Costa Este, intentando unir sus ideas con las vanguardias cinematográficas europeas. El trío Raimi, Cambell y Ellen Sandweiss (actriz) no eran así. Aquel argumento de ficción entorno al libro del “Necronomicón" y las posesiones demoníacas, en realidad, encerraba un pacto más real; el de los creadores de “Posesión infernal" y sus espectadores, fieles y en legión, hasta el día de hoy.