En
estas fechas de recuerdos endulzados y promesas anotadas en el bloc de las
expectativas, el alma se relaja y se deja llevar por el sonido de un
villancico, unos ojos ilusionados, el brillo de unas velas, la trastada de un
duende o simplemente la disposición de compartir. Esa es la magia de la
Navidad, esa fecha que de alguna forma siempre es pretexto para ser celebrada
en condiciones, olvidándonos de su fundamento y hecho principal el nacimiento
del Niño Dios. Transcendental en la historia moderna de nuestra humanidad.
Humanidad, es una palabra tan llena de valores que debería exigirse cierta
responsabilidad a la hora de nombrarla en esta jungla en la que actualmente
vivimos. Tras este mini discurso que me apetecía compartir con usted, me voy a
poner duro. Y oiga, es que en vez de hablarle de algunos de mis títulos
preferidos para estas Navidades desde los clásicos, hasta algunos mínimamente
recientes, viendo como está el patio me apetece sacar de la videoteca al John
Wayne de la Navidades, que sabe poner a los malos en su sitio y lucir como
nadie una camiseta de tirantes como la que utilizaba mi abuelo. Hace unas
entradas en este blog, estuvimos hablando de su aparición en el universo de la
cinematografía de acción, logrando un éxito sin precedentes. Años más tarde
volvió en una segunda parte, con más malos, más acción y más de todo. Hablamos
de “Jungla de cristal 2: alerta roja” de Renny Harlin, 1990.
“Jungla
de cristal” fue todo un taquillazo y descubrimiento. Descubrimiento de la estrella del cine de acción de los 80, Bruce Willis. Su interpretación del detective
McClane nos trajo de nuevo ese aura que tenían los personajes interpretados por
Gary Cooper o incluso James Stewart. Hombres con apariencia muy corriente que
se vuelven héroes en circunstancias extremas.
La
segunda parte de la franquicia tenía que rivalizar con la primera. La premisa
era difícil, el estilo elegante de la primera película y las connotaciones de sus
personajes ponían el listón bastante alto.
Steven E. de Souza sabe conducir de forma excelente el desarrollo de los
acontecimientos adaptando la novela “58
minutos” de Walter Wager en un guion trepidante. No existe un respiro en la
trama y todo ello bastante bien hilado.
El
escenario principal de la historia es el aeropuerto internacional Dulles, cerca
de la capital Washington. McClane llega para recoger de un vuelo a su esposa
Holly, pero su curiosidad por fijarse en ciertas rarezas que pueden pasar de
inadvertidas para el resto de los comunes, le hace inmiscuirse en algo que
convertirá la noche en una pesadilla para el aeropuerto, los pasajeros y las fuerzas de
seguridad del mismo.
Bruce
Willis se mueve como pez en el agua. McClane es un personaje creado por él. Sus
gestos, chistes, forma de afrontar las secuencias de acción... conforman un
personaje que ha pasado a la historia de la cinematografía al estilo de Wil
Kane en “Solo ante el peligro” (1952).
Durante
la película aparecen personajes de la primera entrega como por ejemplo, su
esposa Holly Gennaro, el sargento Al Powell
y el periodista Richard Dick, que recibe lo suyo a través de Holly, al
utilizar de malas formas su condición de periodista.
La película hace algo realmente muy difícil. Si hacemos memoria con la primera película de la saga, su acción transcurre en un círculo cerrado de interacciones. Es decir, hay una ubicación como es el Nakatomi Plaza y van entrando y saliendo actores y actrices en las distintas circunstancias. La acción tiene lugar en diversas plantas del edificio pero el espacio escénico es reducido en el transcurso de todo el metraje. Esto hace que la acción y el personaje principal este como más apegado a nosotros, viviendo más intensamente sus emociones. Son sensaciones que transmiten películas con espacios similares como “El coloso en llamas” (1974) o “La aventura del Poseidón” (1972). En esta segunda parte, su director Renny Harlin, a pesar de que McClain tiene que moverse por un espacio más amplio que el Nakatomi Plaza, consigue que esa acción no se disperse y envuelva al espectador desde el primer momento.
En
esta “Jungla de cristal 2” también tiene sus giros argumentales, quizás más
sorpresivos que en la primera parte. Y sobre todo, sus secuencias de acción
están perfectamente medidas desde la primera que tiene lugar en la cintas de
equipaje hasta el climax. Por cierto, una acción visceral como McClaine al
encontrarse atrapado en otra situación límite.
La película supuso todo un éxito de nuevo, con muy buenas críticas, sobre todo alabando su capacidad de entretenimiento. Vista en la distancia, sigue manteniendo su buen ritmo e incluso sus efectos especiales no han pasado de moda. Tiene esa pátina de las películas de acción de los años 80 y primeros de los 90. Su sonido, más bien banda sonora es una marca de este tipo de películas a las que si hay que agrupar algunas de la época, podríamos agruparla junto a las de la saga de “Arma letal” de Richard Donner. En este tipo de películas, el compositor Michael Kamen (en las dos sagas) dejó una especial huella sonora con sus composiciones, muy reconocidas y añoradas por los aficionados.
McClaine quizás fue el último gran John Wayne de la pantalla grande. Detrás vinieron otras películas de la saga, pero poco a poco fueron perdiendo ese aire del que nos hemos referido con anterioridad. Son entretenidas, pero con ausencia de elementos tantos dramáticos como artísticos que hicieron brillar a la primera y a la segunda.
Al final de la película, McClaine y Holly, tras su rencuentro, abandonan la
caótica pista de aterrizaje ayudados por Marvin. Mientras uno ve el último y maravilloso plano general, bajo la melodía “Let it snow”, se me dibuja esa sonrisa
torcida de McClaine, deseándoles una feliz Navidad y un feliz año 2024. Vean y
sobre todo disfruten de mucho cine.