He de reconocer que yo soy más de Batman que de Superman. Pero el primer personaje superheroíco del que tengo recuerdo es este kriptoniano. Es más, si hago memoria, puede que incluso el primer muñeco que cayese en mis manos con cierta lucidez fuese Superman. Corría finales de los años 70 cuando un jovenzuelo de pelo rizado iba en la parte trasera de un Citröen GS, jugando con un gran muñeco de Superman comprado por mi padre en Sevilla. Recuerdo comer “pescaito” frito en unos cartones que se vendían en el parque de María Luisa y acercarnos a una especie de tienda ambulante. Allí, mi padre nos compró a mi hermano y a mí un muñeco de Superman. La capa me fascinaba. Me gustaba poner el muñeco pegado al cristal de la ventanilla del coche e imaginar que iba surcando los aires. Sin saberlo, ya realizaba mi propia retroproyección cinematográfica.
Hay tres películas de las que tengo recuerdos en mi infancia. La primera, una retransmisión del clásico de Bela Lugosi, “Drácula” (1931), en el programa de televisión de la Clave; la segunda película, “Star Wars” (1977) en el teatro Cine Torcal de la ciudad de Antequera, con sabor a mollete antequerano de mortadela y Fanta de naranja que me iban dando mientras veíamos la película; y la tercera, también en el mismo cine, “Superman” de Richard Donner (1979). Drácula era un personaje de terror en blanco y negro, algo distante, pero ciertamente tenebroso, incluso hoy en día; los personajes de “La guerra de las galaxias” eran como el cuento de hadas de mi época; pero “Superman” era otra cosa, un hombre podía volar, y el traje era súper maravilloso.
Para los niños de aquella época, acostumbrados a las diabluras mágicas de Pippi Calzaslargas, y a los combates de robots de Mazinger Z, Superman en imagen real fue un gran impacto. Sus vuelos, su fuerza, su visión de rayos X, su velocidad… su capa. No sé porqué nos atraía tanto la capa. Recuerdo los veranos en la piscina “La Virlecha” de los Salesianos, como corríamos por el césped con nuestras toallas anudadas al cuello, con los brazos extendidos, simulando los fabulosos vuelos del kriptoniano por el espacio entre asteroides o rascacielos de Metrópolis. En realidad nuestras madres tendidas al sol, y todo aquel o aquello que podía servir de obstáculo a nuestros imaginarios vuelos.
Aquellos tiempos, en una ciudad media como la de Antequera, no había una oferta editorial de cómics como la que puede haber hoy en día. Salvo alguna excepción en un kiosko que había justo en frente del Cine Torcal, donde podíamos comprar unos sobres sorpresas con un cómic junto a unas chocolatinas. En mi caso, esperaba a las vacaciones de verano para salir de la ciudad y disfrutar de cómics que hacían mis delicias en las veraniegas siestas o noches en el hotel: Batman, Aquaman, Spiderman y por supuesto Superman.
Recuerdo como en un programa de Informe Semanal salieron imágenes de la película “Superman” de Richard Donner. En concreto la secuencia en la que Clark Kent recibe un mensaje de Luthor en una frencuencia auditiva que sólo pueden oír los perros y alguien con súper oído como Superman. Clark Kent puesto en guardia por el amenazante mensaje, se arroja desde una ventana de la redacción del Dayle Planet. A medida que cae su traje de chaqueta se convierte en el uniforme de Superman. Una de las secuencias más emblemáticas de esta primera entrega del súper héroe.
La película de “Superman” supuso en tremendo avance fotográfico en la capacidad de concebir los efectos visuales, sobre todo los del vuelo del personaje. Tengan en cuenta que por aquel entonces no existía el CGI tal y como lo conocemos hoy en día. Desde “2001: una odisea en el espacio” de Kubrick (1968) o “Alma de metal” de Michael Crichton (1973), había vagos intentos con resultados óptimos. Pero “Superman” buscaba verisimilitud y nada que fuese irreal o se notase el truco en pantalla. De ahí el gran valor de la primera y segunda entrega de estas primeras películas.
A partir de la segunda parte la calidad visual de las películas mermó hasta una fatídica cuarta parte, allá por el año 1987. Algo que debería haber sido todo lo contrario. Las perfectas transparencias para recrear el vuelo del personaje en la primera y segunda parte, creo que nunca han sido igualadas. Todas ellas mezcladas con otros tipos de efectos lumínicos y de escena, llegando a construir una de las escenas más bellas de vuelo, como la de Lois Lane y Superman en la primera entrega. Maravillosa y mágica.
Otro factor importante fue el reparto artístico. Christopher Reeve nació para ser Superman. Ningún actor hasta la fecha, incluyendo a Henry Cavill, ha dado tanto al personaje. Su forma de interpretar los roles de Clark Kent y Superman, van más allá de la propia expresión corporal que les da a cada uno. Existe un momento en “Superman II”, cuando Lois descubre en la habitación del hotel que Clark es Superman, donde Reeve nos hace ver esa capacidad interpretativa única para el personaje. De espaldas a Lois y al público pasa de ser Kent a ser Superman, tan solo con su expresión corporal de espalda. Un gran actor.
La primera película marcó una tendencia, un estilo muy difícil de continuar. De hecho, en la segunda parte, se hubiese visto roto por completo el estilo visual y de veracidad, si no llegan a tener de Donner bastante material filmado, ya que fue despedido por falta de acuerdo con los productores Salking para continuar la segunda parte.
Podríamos decir que la primera película es épica y la segunda intenta llevar a la pantalla la gran fantasía de Superman, el desarrollo de sus poderes, la acción… Estas dos películas, tienen una factura tan impresionante de producción y buen hacer fotográfico, y de otros departamentos de producción, que incluso hoy en día rivaliza con otras del mismo género que tienen avances técnicos a años luz de los 70, que fue donde fueron concebidas. Sin olvidarnos de la escritura de guion en manos de Mario Puzo.
“Superman” se convirtió en un evento cinematográfico sin igual, tan sólo igualado por aquel entonces por las distintas entregas de la saga “Star Wars” de Georges Lucas, o alguna película de Spielberg, como “ET” o la saga de Indiana Jones.
Un estreno de Superman era todo un evento comercial y cinematográfico. En el año 1983 se estrena la tercera parte de la saga. Se aleja de la épica, incluso de esa acción tremenda y visual de la segunda parte, cuando se tiene que enfrentar a los tres malvados que escapan de la zona fantasma: general Zod, Ursa y Non.
Esta tercera entrega se centra en la tecnología informática en ciernes y en boga por aquellos primeros años 80. Los ordenadores y los súper ordenadores. Es la época del estreno de la película “Juegos de guerra” de John Badham (1983), donde se abogaba por el peligro que puede entrañar dejarnos de las manos de computadoras. Un año más tarde llegaría James Cameron con su “Terminator” a rematar la faena. A veces pienso, como estamos de sanotes los que devorábamos el cine de los 80. ¿O no?
Volviendo a “Superman III”, de la película queda el recuerdo de Richard Pryor y algunas de sus delirantes secuencias, como por ejemplo la que tiene lugar en la sede del control informático junto al guarda. Ese gran gorro texano que luce en la secuencia será recordado, al igual que ese maletín repleto de bebidas alcohólicas con las que seduce al guarda, para acceder al control del sistema informático. A mí me encanta la que termina encerrado en el bar del magnate Ross Webster, interpretado por Robert Vaughn.
Pero aunque se intente llamar la atención sobre el poder de la tecnología en manos de humanos de dudosas intenciones, la película toca el tema del desdoble de la personalidad de Superman. La idea del Superman bueno y el Superman malo quedó más fijado en el público que el enfrentamiento al súper ordenador del final de la película. Quizás debería haber discurrido la trama más por ese camino argumental. Era bastante más atrayente e inquietante para el espectador. Como ejemplo, la pelea en el desguace de coches entre los dos Supermanes.
La tercera entrega no estuvo mal. Recuerdo disfrutarla con mucha alegría y cada uno de sus momentos mágicos como cuando Superman salva al niño de ser arroyado por la cosechadora; cuando ataca al petrolero y después al recobrar su cordura lo arregla en mitad del océano; la cómica secuencia del vendedor de pequeñas Torres de Pizza, o el apagado de la antorcha olímpica, instantes antes de que el atleta encienda el pebetero olímpico.
Superman era una máquina de hacer dinero cinematográfico. La primera y segunda película en sí eran una, y eso se nota en el estilo visual, el ritmo… Pero a partir de la tercera, esa grandiosidad de producción comienza a adolecer hasta caer en picado en la cuarta entrega.
“Superman IV: En busca de la paz” no vamos a decir que es una sin razón. De hecho, si los efectos visuales y la visión del director hubiesen sido diferentes a lo mejor hubiésemos estado ante una entrega cinematográfica digna del súper héroe. No sería así. La producción estuvo en manos de la Cannon que tenía éxito en películas de acción del momento, pero este tipo de película le vino bastante grande. Se contó con el reparto que aparecía en las tres entregas anteriores, aparecía de nuevo el archienemigo de Superman, Lex Luthor (Gene Hackman). Pero no fue suficiente. La visión muy televisiva del director, los pobres efectos visuales de los que destacan la mala calidad de las exposiciones para los vuelos, así como algunas resoluciones sin darle esa grandiosidad visual de las anteriores, y la tijera en la edición, la convierten en la súper peli mala de la historia. Y eso que cuenta con un villano al que se le podría haber sacado un gran provecho, el hombre nuclear. A pesar de los pesares, sus apariciones eran notorias, tenían fuerza visual. La historia y el talento del momento no quiso hacer de esta película una digna aventura de Superman.
Superman nos hizo soñar y disfrutar en la sala de cine. A pesar de decaer sus producciones en los años 80, era tal su fuerza como personaje de cómic, en la cultura pop, en la cultura popular, que hizo estuviésemos a su lado en cada vuelo. Las siguientes adaptaciones en 2006 y luego las sucesivas, teniendo como actor a Henry Cavill, son dignas. No están a la altura de la primera adaptación de 1979 de Richard Donner, y raro es que lo esté alguna. No se puede igualar aquella primera vez que el espectador mirando a la pantalla de cine pudo creer que un hombre podía volar.