Uno de los momentos más mágicos de mi infancia tenía lugar en las vacaciones de verano. La familia solíamos pasar quince días fijos en las costa Blanca, en concreto en las playas de San Juan de Alicante. Durante el verano podríamos visitar otros lugares, pero los quince días en Alicante eran fijos, eran tradición familiar. Los días transcurrían en la playa, el chiringuito, piscina del motel, siestas con lecturas de cómics, paseos al atardecer por la explanada de España, noches en Benidorm, degustar helado en el paseo marítimo de Campello, y el cine de verano. Todas las noches sobre las once u once y media íbamos a ver una película. Teníamos dos cines donde poder ir, el cine Costa Blanca en San Juan o el cine Pau en Campello, hoy tristemente desaparecidos los dos. La programación era muy diversa y todos los días con una película diferente, o sea, un paraíso real en mi infancia. Allí descubrí casi todas las películas de por aquel entonces de Eddie Murphy, de Bud Spencer y Terence Hill, Stallone,… Todas ellas con anécdotas que se quedan en la memoria y que surgen junto al dibujo de una sonrisa de añoranza, como cuando salía en pantalla una secuencia subida de tono y mi padre tiraba el llavero del coche al suelo y nos tenía a mí hermano y a mi buscando las llaves del coche.
Algunas de las películas de esa infancia veraniega con sabor a polo de “Drácula", que dejaron recuerdos en mi mente de niño fueron “El súper poderoso", “El chip prodigioso", “Rambo”, “Pirañas",… Y muy en especial recuerdo dos, “La dimensión desconocida" y “El exorcista". De “La dimensión desconocida”, el susto de Dan Aykroyd con la careta en la carretera o la historia del pasajero de avión que advierte, en mitad de una tormenta, una criatura en el ala del avión destrozando el motor, sin que nadie de la tripulación le crea, es uno de los recuerdos cinéfilos veraniegos más fuertes. “El exorcista”, pufff. Sigue siendo mi película de terror top one. Aquella noche no pude pegar ojo. Al cabo del tiempo, la he revisionado varias veces y sigo sin perder esa inquietud que creó en mi desde el primer día. Cada noche de esos veranos, junto a mi hermano y mis padres, crearon una magia especial, que quedaba sellada en mi memoria, cuando volvíamos de madrugada en coche, con las ventanas bajadas, costeando, sintiendo el aire fresco del mar. Mi padre ponía en el casete del coche cintas de Rocío Dúrcal, agradando a mi madre. Escuchando aquellas canciones, mis ojos se perdían en el cielo estrellado, en las olas de las anchas playas de arena blanca, en las luces de los edificios de la ciudad reflejadas sobre el mar tranquilo, que como un espejo mágico atrapaba mi mirada y mis pensamientos, en un tapiz de sueños e ilusiones de un niño en una noche de verano.